Hay que elegir un color hasta para escribir sobre el sol.
Son las ganas de ponerse afuera.
Yo digo que el sol brilla más en las piedras que en el aire.
Pienso en todo lo que suena mientras dormimos
desnudos o apenas con calcetines.
El mundo sigue a pesar de que se nos detenga el tiempo.
La gente sigue necesitando gas y pan.
El fierro viejo sigue necesitando un lugar a dónde ir.
No deseo nada.
En esta quietud me siento blanca, ligera;
asoleada como una sábana.
Discreta y expuesta como un croissant recién tostado.
Salivo con el ruidito que haces con la mantequilla
cuando la untas con el lento antojo de abrir los ojos.
El primer acto generoso es la mirada.
La conexión más violenta con la luz.
Entonces inicia el baile de dar brinquitos atrás,
y con piruetas distraídas nos esfumamos
en los vestiditos de encaje
y las bailarinas de obturador.
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